Acerca de Monsters Inc
10.08.2016 12:36» Cine y Psicoanálisis
Acerca de Monsters Inc.
12/02/2002- Por Graciela Ginoi y Marta Sipes -
Monsters Inc resultó un buen pretexto para reunir a una educadora y una psicoanalista, cada una portadora de teorías, experiencias, ideales, para compartir, analizar y discutir acerca de algunos temas que a ambas preocupan: los niños, su constitución subjetiva y, por lo tanto, su educación.
Develados los detalles de producción: ¡títulos!
DE CÓMO UNA DULCE Y ENCANTADORA NIÑA LOGRA SIN QUERERLO ASUSTAR A LOS ASUSTADORES.
El filme presenta a Mostrópolis, un lugar como cualquier otro, con sus personajes importantes, sus jerarquías y hasta su burocracia. Es allí donde una fábrica productora de energía enseña a sus trabajadores como lograrlo. Ellos, los Monsters, deberán obtenerla del grito humano provocado por el miedo.
Sin embargo, una inversión de roles, un otro lado del espejo... o de una puerta, muestra dos planos separados. Sabemos que en el registro de lo imaginario a cada punto situado en uno de los lados le corresponde otro del otro lado, y que a cada punto situado en uno de ellos le corresponde el simétrico, pero invertido.
Del lado del Monsters la completitud encarnada en los atributos yoicos, o sea el Otro. Del otro lado del espejo-puerta la falta, el miedo, la angustia (¿de castración?).
En una primera mirada la trama nos plantea un interjuego dialéctico entre el asustador y el asustado.
Allí aparece la niña, que en el afán de ser asustada sistemáticamente, pega un giro y se convierte en asustadora.
¡Qué miedo da el humano cuando es, como dice Freud, perverso y polimorfo, o sea niño!
El trabajo de asustador también genera plusvalía
Una vez “arrancado” el grito, la energía es almacenada, atrapada convenientemente. Para semejante logro los asustadores son sometidos a un entrenamiento riguroso, aunque deficitario, ya que la situación experimental presenta variables altamente controladas. Así, el niño de Pavlov es un medio robot que salta de un modo artificial respondiendo al estímulo.
Sucede entonces que nuestro perverso polimorfo -otra versión de niño- plantea que el entrenamiento no alcanza, las reacciones con el objeto son diferentes. Así, Boo, aparece divertida con el encuentro del objeto temido. Los asustadores deberán ahora vérselas cara a cara con la subjetividad. ¿Qué susto, no?
Si bien es posible admitir que los monstruos infantiles son universales, la calidad entre monstruosa y tierna de los Monsters convoca a adentrarse en su costado más humano. Se enamoran, sufren por amor, evitan el vínculo y a su vez lo buscan, tienen contradicciones, viven inmersos en la falsa conciencia dentro de su hábitus y finalmente se asustan.
El transcurrir incluye una historia de amor, típicamente neurótica: un obsesivo monstruoso de solo un ojo con Celia, una cíclope histérica que porta en su cabeza un manojo de serpientes; mascarada de lo femenino. ¿Que me quiere?, se pregunta él. En fin, el desencuentro puesto a rodar una vez más en el celuloide como en la vida.
Cuestiones de bisagras
En la secuencia de las puertas, la sola imagen, la puerta plana que abre a una cuarta dimensión de mundos posibles, permite una mirada más cercana a la infancia, a la diversidad de sus modalidades culturales, discursivas y de conocimiento.
Puertas que introducen a los personajes en un circuito que no pueden controlar; ellos buscan... pero no encuentran.
Sujetados fuertemente, intentan mantener un equilibrio que los ayude a encontrar la puerta correcta, aquella que abra hacia el encuentro con el objeto y en ese mismo acto le dé consistencia. Enfrentados a lo desconocido son atravesados por angustia, miedo, desconcierto. Algo falta una vez más.
Parece ser que los niños resultan extraños para el mundo de los adultos, de los maestros y de los monstruos. ¿Por qué esa extrañeza que se muestra en las prácticas? Tal vez porque la representación social de la infancia esté alejada de su concepción desde las distintas teorías: para Freud al considerarlo un ser sexuado y para Piaget al concebirlo como un sujeto constructor de conocimientos.
Cuando el pequeño perverso polimorfo está en la escuela, la puerilidad queda del lado del adulto. Considerado un ser inocente, cándido y sin malas intenciones, no puede menos que asustar cualquier demostración de lo contrario. Si me va a asustar, entonces cierro los ojos en el tren fantasma y niego su condición de ser sexuado; mejor lo considero una especie de querubín. De allí en más el psicoanálisis aportará algo acerca de la constitución subjetiva en esas condiciones.
Quién le teme a la pequeña Boo
¿De qué se asustan nuestros monstruos? De una niña. Pero ella no trabaja de asustadora, tan sólo se presenta tal como es. Allí sobreviene la pregunta: ¿cómo es? Y por extensión: ¿cómo son los niños? Parece que la representación social de la infancia los caracteriza como algo que aún no son, que están por ser. ¿Dónde quedan, entonces, sus cualidades subjetivas genéricas, en tanto el sujeto niño está siendo?
Pensar la infancia como un lugar de paso, de transición hacia otra cosa, de proyecto de adulto, descuidando la mirada o desviando la mirada hacia lo que sí es, tal vez allí...
Residan las prácticas educativas intentando resistir a considerarlo un ser constructor de conocimiento y sexuado. Mas él insiste, y su sola presencia apareciendo detrás de la puerta asusta, promueve castigos y lo pone en penitencia allí, del otro lado de la puerta.
Quienes tenemos como oficio -profesión- trabajar con los niños, la infancia, los menores, en cierto modo nos parecemos al abominable hombre de las nieves, el temible Yety, quien no tiene suerte con su microemprendimiento para ocuparse en su destierro, sus heladitos inevitablemente se parten, y como la pyme está armada según sus propias necesidades, no se los vende a nadie.
Y llegamos al final. El imperio Monsters Inc., como todos, caerá y vía dolor y angustia acontece un posicionamiento diferente. Sulley construye un nuevo saber, la risa humana también se transforma en energía.
Dicho esto nos vamos a dormir... que nadie apague la luz.